Miércoles, 02 Junio 2021 18:05

MI FAMILIA MEQUINENZANA (artículo publicado en la revista anual L'Angorfa)

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MÍ FAMÍLIA MEQUINENZANA

Por Alliette Vallés López desde Jaén

 

Yo con poco más de un año en la Plaza d’Armes de Mequinenza (año 1955)

 

          Cuando un amigo tan querido como Andreu Coso, te manda un wasap, invitándome a escribir un artículo sobre mi familia mequinenzana, en el anuario “L'ANGORFA”, mi respuesta, no ha sido un sí, sino tres síes seguidos. Se trata de una revista, sin ánimo de lucro, cuyo único interés reside en dar a conocer la historia de su tierra y sus gentes.

          Algunos ya me conocéis por mi Blog, uno de mis primeros posts fue sobre mi tío Edmon; después escribí sobre mis padres y mis abuelos. Internet, y en particular Facebook, era la vía más rápida para que mis amigos y seguidores los conocieran.

          Romántica empedernida, reivindico la condición de mito de la letra impresa. Las revistas de divulgación son el primer sitio donde yo miraría para encontrar la inspiración, dado que el termino L'Angorfa, es el desván o trastero de una casa. Los de la “Asociación del Grupo de Investigación Coses del Poble” son muy sagaces, y saben muy bien utilizar el dicho cernudino: “Recuérdalo tú, recuérdalo a otros”. Les felicito por su labor, y aprovecho para darles las gracias, por haberme hecho un hueco entre sus páginas.

                                    Hay un aura mágica en todo esto

          Edmon Vallés Perdrix, era de esos tipos, que yo denomino epicúreos. Mi tío era un seductor nato, tanto de hombres, como de mujeres, yo misma estaba platónicamente, enamorada de él. Nació vestido de carisma. Los que estuvimos cerca de él lo sabemos. Sus amigos cuentan, lo a gusto que se encontraban a su lado, te sabía escuchar sin filtros.  -Escuchar bien es un acto de amor- Lector incansable, sabía de todo, y lo comunicaba mejor. En 1968 fundó con Nestor Luján y dos historiadores más, “Historia y Vida”, siendo su Redactor Jefe, y el alma de la revista. Fue un poeta metido a historiador. Amante de aventuras y libertades, combatió como voluntario en el bando republicano. En la universidad se le acentúa el compromiso político, implicándose de lleno en la actividad clandestina. Miembro del Partit Travallista, más tarde funda con otros, el Moviment Socialista Català, predecesor del Partir dels Socialistes de Catalunya.

          Mi tío creía que a través de la política podía hacer algo útil a la sociedad. Fiel a sus convicciones, un día se le planteó una duda razonable, nada personal, advirtió que sus creencias se estaban quedando anticuadas – me lo contó mi padre – Más tarde se salió del partido, sin rencillas, para nunca más volver. A partir de entonces, se dedicó de lleno a lo que más le gustaba, trabajar con y para las editoriales, especialmente como traductor al catalán de obras francesas e italianas, y en la redacción de obras de carácter enciclopédico.  Decía que la historia no es solo conocimiento, sino pertenencia.  La prueba la tenemos en su trabajo en 6 tomos “Història Gràfica de Catalunya.

Mí tío Edmon

          Fue un honor conocerte, y ser tu sobrina. ¡Cómo no admirarte, cuando mi padre nos contaba que con solo 16 años, recién empezada la Guerra Civil Española, te presentaste en casa diciendo que te ibas de voluntario! - Mi abuelo te miró muy serio, en esos momentos ya no veía a un muchacho, sino a un hombre - Te mandaron a Protección civil. Hasta que un día, un amigo de tu padre, Jiménez, te afilió a las Juventudes Libertarias, tu trabajo consistía en formar a la tropa, la mayoría analfabeta, en cultura y propaganda de la FAI catalana.

          En 1938, con 18 años, te incorporas al ejército.  Al principio, os mandan a una zona donde no se pega ni un tiro, sigues leyendo, y por las noches escribes las vicisitudes diarias. Esas notas fueron publicadas muchos años después, en un libro breve, pero ameno "Dietari de Guerra" (1938-1939). Más tarde entras en combate en la Batalla del Ebro. Tras varias contraofensivas y largos días de asedio y bombardeos, tu división queda diezmada. Los acontecimientos se precipitan. Cataluña ha sido tomada. Son los últimos estertores de la Guerra Civil. Tras cruzar la frontera francesa con varios compañeros, te pones en contacto, no sin dificultades, con unos parientes de tu madre en Marsella. Tras una estancia inolvidable de seis meses, decides volver a España, pero solo había una manera segura, y era a través del puerto de Barcelona. El viaje de vuelta otra aventura, primero te vas a Tarragona a ver a tu familia, ante el peligro de ser encarcelado, te instalas una temporada con tus abuelos paternos en Zaragoza; a la postre, decides irte a Mequinenza.

         Este 2021, se han cumplido 100 años del nacimiento de mi tío. El Ayuntamiento ha publicado en su página web, (Edmon Valles/Museos de Mequinenza) una nueva biografía más completa, con muchas fotos, algunas inéditas. Tenían previsto más homenajes, pero las limitaciones impuestas por la Covid, lo han impedido.

       Mi tío Edmon Vallés Perdrix, al igual que su nombre, era un tipo muy especial. Un maldito cáncer en 1980 pudo con él y sus innumerables proyectos. Uno de ellos, escribir la historia de su familia, ya empezó grabándole a su madre una casette, que él personalmente me hizo llegar antes de morir en Barcelona, a los 61 años.

        Las leyendas, no tienen más que una obligación, negarse a desaparecer.

       Cuando me topé con la foto de mi abuelo, Adolfo Vallés Bernabé, fue un momentazo. De pequeña me tuvo entre sus brazos, luego nos instalamos en Jaén, y nunca más volvimos a vernos. A mi abuela sí. Alliette Perdrix Bronché era mayor cuando fui a Barcelona/Castelldefels, en el verano de 1973.  Vivía con su hija Amelia, su yerno, y sus nietos.

Con mi abuela Alliette año 1973

 

        Vuestra forma de conoceros tiene la magia de las casualidades. Mi abuela con 21 año vino desde Uzés (Francia) a Mequinenza, a cumplir una promesa - conocer a sus cinco hermanastros - y por circunstancias de la vida, paró en casa de Manuel Vallés Copons “Tío Manolito”. Y quién se lo iba a decir, se casó en la misma iglesia que lo había hecho su madre 20 años atrás. 

        Mi abuelo Adolfo, nació y pasó su infancia en Mequinenza. Su padre, Alfredo, tocaba el piano y trabajó como director de la banda municipal. Más tarde sacó unas oposiciones, y se fueron a vivir a Zaragoza. Con él aprendiste solfeo, a escribir música, y a tocar el piano. Llegó el verano de 1917, y decidiste pasarlo con tu tío Manolito y su mujer en Mequinenza. (Curioso y brillante personaje, del que hablaré largo y tendido en mi futura novela). Estás feliz, ya que lo que menos esperabas encontrar en la misma vivienda, era a una chica recién llegada de Francia, que no sabía español, y con un nombre muy raro, Alliette Perdrix. Fue amor a primera vista. A los dos años de conoceros os casasteis, y os fuistéis a vivir a la casa que tus padres tenían en la calle Mayor, número 17.

Mis abuelos Alliette i Adolfo

        Cada pueblo tiene su alma, la Vieja Mequinenza estaba marcada por sus minas de lignito, y por sus dos ríos, el Segre y el Ebro. Toda su economía y su sociedad estuvo marcada por ellos. Los Vallés no fueron ajenos al magnetismo de esta tierra, - “Lo que es bello, es también verdadero” dijo Platón.  Mi madre, natural de Jaén, excelente pianista, al enamorarse de un mequinenzano, pasó cuatro años allí, vitales para una recién casada; y yo, 17 meses. -  Soy de las que piensan, que un buen inicio no es casual ni oportunista - En mi interior, todavía queda un pedacito de “esa” Mequinenza, la misma que me lleva a apelar al espíritu de mis antepasados.

        La familia aumentó, detrás de Edmón, llegó Antonio, mi futuro padre, y tras él, Amelia. No sé con seguridad, que impulsó a mi abuelo a solicitar un trabajo en el Ayuntamiento de Tarragona, imagino la necesidad de un sueldo fijo, y/o mejores colegios para sus hijos. Se lo concedieron, y se acomodaron en una casa, en la parte alta, cerca de la Catedral.

        Instalados, Edmon terminó el bachiller, mi padre sus estudios de música, Amelia empezó con el piano. Hasta que en 1936, estalló la Guerra Civil Española, y mi abuelo perdió su trabajo. Las cosas empezaron a ponerse difíciles. Para colmo, los alquileres de las casas de propiedad que tenían arrendadas en Mequinenza, dejaron de llegar. La guerra la dejó sin recursos y semi vacía.

        Mi padre me contó muchas cosas de mi abuelo Adolfo, me parecieron tan interesantes, que juré escribirlas en un libro.

        Un día iba mi abuela por la calle, y se encontró a una mujer que había servido en su casa. Se pusieron a hablar, y le contó que estaban pasando por una pésima situación económica - No se preocupe Sra. Alliette, mi marido es el organizador sindical de la FAI (Federación Anarquista Ibérica). Somos gente agradecida, y no puedo olvidar la ayuda que nos dieron, cuando más lo necesitábamos. En cuando se lo cuente a mi marido, le encontrará un trabajo. Dígale que se presente mañana en la sede del Sindicato -

        La FAI era el partido más revolucionario de todos, Luis Jiménez, el mandamás de esta organización anarquista, le fue dando a mi abuelo una serie de misiones, a cual más angustiosa. Una de ellas, recuerdo bien, era requisar coches.  Confuso y nervioso, le dio las gracias, rogándole le diera un trabajo donde fuera más útil. Ahora sí, lo mandó a las oficinas del Comité Revolucionario. Su trabajo consistía en emitir vales, salvoconductos, pases, incluso en determinadas fechas, pagar a los milicianos. Desde esa noche, mi abuelo pudo dormir tranquilo.

        Pasado un tiempo, Jimenez se trasladó a Barcelona, y volvió a quedarse sin trabajo, pero por poco tiempo. Mientras en la zona sublevada los estómagos no pasaban hambre, en la España leal, los víveres empezaron a escasear. En Tarragona, como en todos los Municipios de la España Republicana, se implantó, desde marzo de 1937, las cartillas de racionamiento. El ayuntamiento lo volvió llamar, para que trabajara en el nuevo departamento de Abastecimientos y Transportes. Allí estuvo hasta que entraron los nacionales. Como anécdota contar que mi abuelo fue al funeral de Buenaventura Durruti, en Barcelona, en noviembre del 36. (Durruti hubieran sido “otro” Ernesto “Che” Guevara, si le hubieran hecho una foto icónica).

        El 15 de enero de 1939, las tropas de Franco entraron en Tarragona. A partir de entonces, la retirada se convirtió en una huida caótica de autoridades políticas, funcionarios, soldados e incluso civiles a Francia. Mi abuelo Adolfo, un hombre acostumbrado a saber pulsar las teclas adecuadas, tuvo que tomar la decisión más trascendental de su vida - huir o quedarse - y decidió esconderse. No hizo falta hacer una doble pared, tan solo, no pisar la calle. Durante los meses que pasó encerrado, con unas herramientas y   habilidad a raudales, se puso a fabricar juguetes de madera, con la ayuda de mi padre; después mi abuela los llevaba a las tiendas. Cuando las cosas se calmaron un poco, aprovechó para ir a Mequinenza.  Allí todo estaban tranquilo, la gente volvía a sus casas, e hizo, lo que tenía planeado desde hacía tiempo. Corría el año 1941-42, y toda la familia estaba instalada en su casa de la calle Mayor.

        Dejo para el final al personaje que más ilusión me hace, mi padre, pero lo que más ilusión me hace, es trazar su línea argumental como si de un musical se tratara en este pueblo tan peculiar, ya que, siendo aragonés, hablan catalán, solo por haber nacido pegados a la franja aragonesa, más pegadita a Cataluña.

         Antonio Vallés Perdrix, después de tantos años ausente, con su carrera de música terminada, tocando varios instrumentos, preferentemente el saxo y el clarinete, empezó a componer canciones. Se dio de alta en la Sociedad General de Autores (Madrid); y poco a poco, con la ayuda de su padre, creó su propia editorial “Publicaciones Musicales Sícoris” (nombre romano del Segre). Al tiempo lo compaginaba con las clases de solfeo e instrumentos que daba en su casa.

        En España, para los mequinenzanos, por segunda vez la historia se repite. Al comenzar la 2ª Guerra Mundial las fronteras se cerraron y con ello, importar carbón, no quedó más remedio que tirar de lo que había dentro. A partir de ahora, todas las fábricas de Barcelona y aledaños, movieron sus calderas de combustible, con el lignito de Mequinenza. Al aumentar el número de minas, y mejorar los sistemas de ventilación, la población empezó a llenarse de picadores de carbón, que necesitaban después de una dura semana de trabajo, pasarlo bien.

        Recuerdo cuando me contabas lo importante que eran las películas en vuestras vidas. Los fines de semana la gente se echaba a la calle, primero iban al cine, había donde elegir, o bien al “Cine Victoria” regentado por Manolo Xorrús, o al “Cine Goya” de “Xipi”.-  mi padre tenía mucha amistad con ambos.  Al finalizar, el público salía a dar un paseo, o se iban de “bareo”; haciendo tiempo mientras quitaban las sillas del cine, y se transformaba en un salón de baile. La luz troca de color, los músicos suben al escenario, la gente hace cola para entrar. Manolo “Xorrús” además del cine, era propietario del famoso café “Centro”; ambos conectados con una pasarela por encima de la calle, exclusiva para los artistas y los músicos. Este empresario tan emprendedor, no se cortaba a la hora de traer en cualquier época del año, lo más “granao” de Barcelona. Lo mismo te traía una Compañía de Revista, que una zarzuela. ¿Conocen a Bonet de San Pedro, Ramón Calduch o Jorge Sepúlveda? Yo sí, en casa teníamos discos de todos. Entonces eran lo más. Incluso actuó, Antonio Machín.

        El punto de partida siempre es el mismo. Cuando me pongo a escribir, se enciende la sala de cine que llevo en mi cabeza, imagino otra fiebre del sábado noche, versión vintage, años 40 a 50. Son las fiestas patronales de Santa Agatoclia, para el baile de la Plaza Mayor, el Ayuntamiento contrataba a las mejores orquestas del momento. Chicos y chicas de los municipios colindantes como Torrente de Cinca, Fraga, Serós o Fayón...se dejaban caer en Mequinenza a tutiplén. No se iban a dormir hasta que salía el sol. Todo por el baile.

        En el pueblo, ya venía sonando desde hacía unos años, una orquesta de músicos veteranos, la orquesta “Atlanta”. Mi padre era de esas personas que pensaba que lo importante no es lo que sabes, sino lo que puedas demostrar.  Así que escogió a sus mejores alumnos, y después de muchos ensayos, formó la suya propia.

 

 

 

Mi padre con sus alumnos

          Cuentan los que le escucharon, que su sonido tenía ritmo de swing; un estilo de jazz eminentemente orquestal. Empezó como “Conjunto Vallés”, tuvo tanta popularidad, que introdujeron un contrabajo, y se hicieron con una batería mejor, pasó a llamarse orquesta “Antonio Vallés”.

Orquesta Antonio Vallés. Mí padre delante en el centro de la foto

           

          Mi madre cuando se casó y se fue a vivir a Mequinenza, no salía de su asombro, viendo como las chicas entraban solas al baile; que dos veces al mes “Xorrús” traía a las mejores vedettes de Barcelona; que los sábados daban las tantas y las calles seguían repletas de gente; y, ¡Jesús bendito!  también había locales de alterne. Mientras en su Jaén natal, a las 9 de la noche, estaban todas las mujeres recogidas en sus casas.

          La Vieja Mequinenza, como todos los pueblos mineros, tenía un ambiente muy texturizado, y una atmósfera densa y vibrante. Esta miscelánea, más su pequeño, pero importantísimo puerto de llaüts (embarcaciones tradicionales encargadas del trasporte de mercancías, sobre todo de lignito), creó un microespacio de solidaridad y bienvenida, donde todo un mundo era feliz, o por lo menos lo intentaba.

          Todo iba de lujo, hasta que un día llegaron unos hombres vestidos de gris, con unos maletines a juego, anunciando que iban a construir una presa enorme, la más grande de España. Pueblos, campos, minas, huertas...quedaron sepultadas bajo las aguas de los pantanos de Mequinenza y de Ribarroja. Fue el trágico final de una villa milenaria.

          Este año se celebra el 50 aniversario del Pueblo Nuevo, y como viene siendo habitual, llega cargado de proyectos con miras al futuro. Yo lo asemejo a un juego caleidoscópico de ver y ser vistos. Actualmente los mequinenzanos, se encuentran tan a gusto como una legión de golondrinas sobre sus cableados.

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